miércoles, 30 de octubre de 2013

OLEGARIO VICTOR ANDRADE, LA VUELTA AL HOGAR



LA VUELTA AL HOGAR

Olegario Víctor Andrade



Todo esta como entonces

La casa, la calle, el río,

Los árboles con sus hojas

¡Y las ramas con sus nidos



Todo está, nada ha cambiado,

El horizonte es el mismo;

Lo que dicen esas brisas

¡Ya otras veces me lo dicho!



Ondas, aves y murmullos

Son mis viejos conocidos,

¡Confidentes del secreto

De mis primeros suspiros!



Bajo aquel sauce que moja

Su cabellera en el río.

¡Largas horas he pasado

A solas con mis delirios!



Las hojas de esas achiras

Eran el tosco abanico

Que refrescaba mi frente

Y humedecía mis rizos.



Un viejo tronco de ceibo

Me daba sombra y abrigo,

¡Un ceibo que desgajaron

Los huracanes de estío!



Piadosa una enredadera

De perfumados racimos,

¡Lo adornaba con sus flores

De pétalos amarillos!



El ceibo estaba orgulloso

Con su brillante atavío;

¡Era un collar de topacios

Ceñido al cuello de un indio!



Todos aquí me confiaban

Sus penas y sus delirios;

Con sus suspiros las hojas,

Con sus murmullos el río.



¡Qué triste estaba la tarde

Las última vez que nos vimos!

Tan sólo cantaba un ave

En el ramaje florido.



Era un zorzal que entonaba

Sus más dulcísimos himnos,

¡Pobre zorzal que venía

A despedir a un amigo!



Era el cantor de las selvas,

La imagen de mi destino,

Viajero de los espacios,

¡Siempre amante y fugitivo!



“¡Adiós!“ parecían decirme

Sus melancólicos trinos;

“Adiós, hermano en los sueños!

¡Adiós, inocente niño!“



Yo estaba triste, muy triste!

El cielo oscuro y sombrío,

Lo juncos y las achiras

Se quejaban  al oírlo.



Han pasado muchos años

Desde aquel día tristísimo;

¡Muchos sauces han tronchado

Los huracanes bravíos!.



¡Hoy vuelve el niño hecho hombre,

No ya contento y tranquilo:

Con arrugas en la frente

Y el cabello emblanquecido!



Aquella alma limpia y pura

Como un raudal cristalino

¡Es una tumba que tiene

La lobreguez del abismo!



Aquel corazón tan noble,

Tan ardoroso y altivo,

Que hallaba el mundo pequeño

A sus gigantes designios,



¡Es hoy un hueco poblado

De sombras que no hacen ruido!

¡Sombras de sueños, dispersos

Como neblina de estío!



¡Ah! Todo está como entonces:

Los sauces, el cielo, el río,

Las olas, hojas de plata

Del árbol del infinito.



Sólo el niño se ha vuelto hombre

Y el hombre tanto ha sufrido,

¡Que apenas trae en el alma

La soledad del vacío!


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