sábado, 29 de septiembre de 2012

GUSTAVO "CUCHI" LEGUIZAMON

Un día como hoy... 29 de Septiembre... pero de 1917
nacía GUSTAVO "CUCHI" LEGUIZAMON.
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MUSICO, COMPOSITOR, PIANISTA, ESCRITOR

Gustavo "Cuchi" Leguizamón (n. 29 de septiembre de 1917, Salta - m. 27 de septiembre de 2000) fue un compositor argentino de música folclórica.


Biografía

Nació en la ciudad de Salta a las 11:05 de la mañana. Hijo de José María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo. 
Estuvo casado con Ema O. Palermo. Tuvo cuatro hijos varones: Juan Martín , José María, Delfín y Luis Gonzalo 

Cuando tenía 20 años le comunicó a su padre que iba a estudiar Derecho, quien en cambio prefería que fuera a París para perfeccionarse. El Cuchi, no hizo caso y marchó a La Plata, donde en 1945 obtuvo el título de abogado.

No olvidaría jamás aquella estudiantina que lo llevaba a Buenos Aires a recalar en El Olimpo, un tugurio del Bajo donde se jugaba ajedrez. Allí conoció a Witold Gombrowicz, al que descubrió con unos botines rotosos pero inmensos. "El único que puede tener patas de ese tamaño -maquinó- es Ariel Ramírez". Y acertó, porque Ramírez le había regalado los zapatos al polaco Gombrowicz.

Cantó con el coro universitario, jugó rugby y después fue profesor de historia y filosofía, Diputado Provincial y ejerció durante treinta años la abogacía, hasta que decidió abandonar. 

Según sus palabras: "Estoy harto de vivir en la discordia humana. Me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía. Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito (muchachito) pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo. Entonces lo paré y le pregunté qué es lo que silba: -No sé; me gusta y por eso lo silbo-, me contestó. Ya ves, ésa es la función social de la música".

En los años 1940, cuanto tenía algo más de 25 años, trenzó una amistad entrañable con el poeta Manuel J. Castilla, el hijo del jefe de la estación de Cerrillos, a quien en una de sus obras mayores le diría: "Padre, ya no hay nadie en la boletería". 

Al Cuchi, muchas veces con letra de Castilla, le debe la música argentina y universal, zambas, chacareras, carnavalitos, vidalas inolvidables en las que habitan el amor, la tragedia, la miseria, el sarcasmo, la ternura. 

Era un enamorado de la baguala ("Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra") pero también de Johann Sebastian Bach, Gustav Mahler, Maurice Ravel, Igor Stravinsky, Arnold Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como "definitivo". 

Pero no se quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique "El Mono" Villegas, y a brasileños como Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius ("Las corrientes de música popular americana más importantes están en Brasil") y el jazzista estadounidense Ellington. 

Capaz de organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se escribió alguna vez, a pura oreja. 

La prueba es que intentó también un concierto de locomotoras, fascinado por "ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha". 
Al principio -hasta hizo fundir una quena para agregarla a la máquina-, los ferroviarios lo miraban como a un bicho (animalejo) raro. Después se entusiasmaron. Los maquinistas lo saludaban con el saludo sonoro de la locomotora, que además le enseñaron a plasmar. 

En tiempos del presidente argentino Arturo Illia, Gustavo Leguizamón fue diputado provincial extrapartidario y en tiempos del gobernador peronista de Salta Roberto Romero, asesor cultural de la provincia. 
Fue entonces cuando embistió con mayor fiereza contra una burocracia sorda que impedía importar pianos y protagonizó en la Legislatura debates memorables para propender al descongelamiento cerebral. 
Capaz de respetar a Churchill tanto cuanto despreciaba a Thatcher, Malvinas fue para él una herida abierta pero no ciega, porque supo adjudicar responsabilidades cuando se preguntó por qué fuimos y no peleamos. 

Impensable en Buenos Aires, Leguizamón- que mascaba hojas de coca, y defendía la costumbre- fue parte del paisaje de Salta, a la que amó profundamente, desde los olores de sus yuyos (hierbas) secos hasta el aire que viene de la quebrada escondida por la cual Belgrano sorprendió a los españoles. 

Se casó con Ema Palermo, teniendo cuatro hijos de ella: Juan Martín(1961), José María(1963) Delfín Galo(1965) y Luis Gonzalo(1967). 

Es autor de las zambas más famosas y que representan a la cultura musical de Salta; la música popular; además de haber compuesto obras populares es un compositor que ha contribuido con su talento y su expresión al acervo cultural salteño. 

Sus obras son características por su armonía y ritmo por su riqueza melódica, su temática musical. 

Escribió entre otras: "Zamba del Pañuelo", "Zamba del Mar", "Zamba del Panza Verde" con Jaime Dávalos, 

"Chacarera del Expediente", "Carnavalito del Duende", "Zamba Argamonte" con Manuel J. Castilla, 

"Zamba para la Viuda" con Miguel Ángel Pérez, 

"Bajo el azote del Sol" con (Nella Castro). 

Su musicalidad y asonancia fue única y componía algunas de sus obras a la medida de la interpretación del Dúo Salteño con quien mejor acuñó las disonancias que emergían como duendes traviesos de las melodías. 

Su simpatía y espontaneidad (ocurrencias) brotaban a borbotones en la cotidianeidad Salteña. 

Ganó numerosos premios por su labor artística: Premio SADAIC, Premio Fondo Nacional de la Artes. 

Compuso una obra que Virtú Maragno la estrenara con la Orquesta Sinfónica de Santa Fe, es su "Preludio y Jadeo", compuso la música para la película "La Redada" - 1997 dirigida por Rolando Pardo) en la que además interpreta como actor a "Picaflor".

Falleció en Salta el 27 de Septiembre del 2000 a las 16:30 aproximadamente; dos días antes de que pudiera cumplir los 83 años de edad.

 

Seudónimo "Cuchi"

En quechua cuchi significa chancho. En Salta no se le otorga un significado peyorativo a la expresión. Cuando tenía apenas meses de vida a su madre le preocupaba su delgadez. En esa época le ofrecieron unos chanchos para ver si podía comprarlos, pero al verlos muy delgados exclamó "¡Pero están flacos como este cuchi!", mirando a su hijo.

 

Curiosidades

  • Es descendiente de Martina Silva de Gurruchaga, criolla considerada heroína de la independencia
  • Ingresó a la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (SADAIC) el 10 de diciembre de 1954, como socio número 9891.
  • A los 2 años, mientras padecía de sarampión, su padre le regaló una quena. Su familia cuenta que pronto le arrancaba al instrumento El Barbero de Sevilla casi íntegro. Después, siempre de oído, la emprendería con la guitarra y el bombo, hasta que acabó en el piano.

Obra

La obra de Gustavo Leguizamón es muy extensa. Es el autor de la música de muchas composiciones que se conviritieron en clásicos de la música popular o folklore argentino, entre ellas: Lloraré, Zamba del Carnaval, Balderrama, La Pomeña, Zamba de Lozano, Maturana, La Arenosa, Si llega a ser tucumana, y la Zamba del Laurel.

Puso música a varios poemas de Manuel Castilla, formando con él uno de los dúos de compositor-escritor más respetados e interpretados del folclore argentino. 

Compuso además con poetas como Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Jaime Dávalos, Armando Tejada Gómez, Raúl Araoz Anzoategui, Jacobo Regen, Juan Carlos Dávalos, Miguel Ángel Pérez y Hugo Alarcón.

 

Reconocimientos

En 1965 obtuvo el Primer Premio del Festival Latinoamericano de Salta con "La zamba soltera". 

En 1973 ganó el Gran Premio SADAIC en el género música nativa. 

En 1980 ganó el Primer Premio en la Cantata Cafayateña, Salta. 

En 1986 obtuvo el Primer Premio en el Festival de Cosquín, Córdoba, con la zamba Bajo el azote del sol, con letra de Antonio Nella Castro. 

El 7 de noviembre de 1988 la Universidad Nacional de Tucumán le otorgó el Reconocimiento al Mérito Artístico-Creativo (Producción Folclórica). 

El 16 de junio de 1989 el Gobierno de la Provincia de Salta le otorga el Reconocimiento al Mérito Artístico previsto en la Ley 6.475. 

El 15 de octubre de 1999 el diario Clarín en la serie del suplemento de Espectáculos "El siglo que se va, el milenio que viene" incluye como la figura destacada del siglo en el folclore argentino al Cuchi. 

Abogado de profesión, ex Fiscal de Estado de la Provincia de Salta por méritos propios, diputado nacional por avatares de la política y, fundamentalmente, creativo y músico de alma.




fuente: WIKIPEDIA.
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 Cuchi Leguizamón (foto de Raíces Argentinas)

Nota escrita por PABLO WITTNER, 
publicada en la página webb RAICES ARGENTINAS.

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CUCHI LEGUIZAMON, NOS QUEDAMOS SOLOS.


"Me voy quedando ciego / la luz titila en mis huesos / sólo la noche derrama / tu esperanza en el silencio / dorado, herido, / por lunas que pasan cantando", escribió el Cuchi Leguizamón hace muchos años, cuando empezaba a perder la visión. Es a través de esa letra que se puede intuir que el salteño tuvo en sus últimos años mucho sufrimiento, y quizás el único consuelo ante su muerte sea pensar en su alivio, y en el de su Tata Dios –en el que no creía-, claro, si tal como prometió ahora está afinándole las campanas.


Hacía más de un año que uno sabía que en cualquier momento podía sonar el teléfono y una de tantas voces podía informarle que el Cuchi se había ido. Sin demasiados cuidados especiales, iba pasando sus últimos días entre su habitación y la de fríos sanatorios salteños. Su piano, estático, seguía esperando que alguien –y quizás le habría correspondido a SADAIC- comprendiera lo importante que había sido para la música popular, y dejando miserabilidades a un lado desembolsara algún dinero para que al menos la muerte de su dueño lo encontrara afinado. Pero no fui así, del mismo modo en que muchas cosas no fueron como debieron ser. El Cuchi Leguizamón sufrió de un olvido horrendo, más allá de que durante la última década la dignidad –y el buen gusto- de muchos intérpretes lo hayan cantado hasta el hartazgo. El día después de su fallecimiento, en las notas de los diarios se explicaba y se contaba quién había sido el Cuchi Leguizamón, y lo triste es que hiciera falta. Las últimas generaciones de argentinos nunca escucharon mencionar su nombre, y aunque él mismo dijera alguna vez que el máximo objetivo al que pueda aspirar un artista es que sus canciones se conviertan en anónimas, su caso es quizás la demostración más lúcida del descuido que suele tener la cultura argentina hacia sus más grandes artistas.
En la actualidad se suele hablar de un renacimiento del folklore, y se muestra a Soledad y a Los Nocheros como exponentes máximos de este movimiento. Es llamativo que ni ella ni ellos canten jamás canciones del Cuchi. Este hecho, en realidad, habla de una banalización de la música popular, de una simplificación macabra. Está bien que no lo canten, entonces. Es coherente, ya que el Cuchi fue todo lo contrario, fue ir hacia donde nadie creía que se podía, fue buscar armonías olvidadas y ritmos inexplicables. El Cuchi cambió, por ejemplo, la estructura de la zamba, dándole a la vidala y baguala del noveno compás vida propia. El Cuchi dejó boquiabierta a la música misma con chacareras como la del Aveloriado, o la de la Muerte. El Cuchi enamoró a más de una pareja de muchachitos tímidos –y de esto puedo dar fe- con zambas como La Pomeña, o Si llega a ser tucumana. El Cuchi nos cambió la cabeza, y ahora nos dejó solos.
Ahora andamos aveloriados, y vaya uno a saber cuánto tiempo nos dure. Andamos por la calle sin entender bien qué pasa, los autos nos tocan bocina cuando, con la vista perdida, cruzamos la calle por cualquier lado. Y, en realidad, lo que sucede es que andamos recordando sus versos, y en nuestra cabeza no hay lugar para otra cosa. "Cuando muere un angelito, la fiesta dura dos o tres días, porque los vecinos lo piden prestado para cantar", dijo alguna vez. La semana pasado murió un angelito, un duende, o como se lo quiera llamar. ¿Qué se hace, cómo se sigue? Iremos corriendo a alguna de las pocas disquerías buenas que quedan en Buenos Aires a agotar el disco de Melopea, para escuchar su voz y su piano una vez más. Promoveremos homenajes, con el amargo sentimiento de que quizás, una vez más, lo habremos hecho tarde. Iremos en procesión a Salta para, con el oído gastado de escuchar tanta mala música en las radios, afinarle el piano. Compraremos todos los discos que saldrán en su honor –algunos, hay que decirlos, han salido o sido planeados antes de su muerte, con las mejores intenciones-. Agarraremos la guitarra y cantaremos acerca de Eulogia Tapia, o de la Inesita, pobrecita, tan solita. Le cantaremos al vino canciones de cuna, hasta quedar bien machaditos. Recordaremos sus anécdotas, las reales y las mitológicas, hasta ver cómo él mismo se va convirtiendo en mito. Escucharemos sin cansarnos las historias que nos cuenten quienes han tenido la dicha de conocerlo. Recorreremos arcoiris para ver si lo encontramos al final, sin la olla con oro, porque no hace falta. Caeremos en la cama de la viuda, tan pedigüeña de amores, temblando de miedo. Y, pese a tantos esfuerzos, nos seguiremos sintiendo solos.

 Pablo Wittner para Raíces Argentinas.(año 2000)
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                  CHACARERA DEL ZORRO, CUCHI LEGUIZAMON
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